Apuntes sobre Nicolás Olivari (1900-1966)

Desnuda intenciones de un canto desafinado pero sin la pretensión literaria de Miller, es un cacareo de gallo ciego que necesita cacarear, despiadado consigo mismo, se da las licencias del estallido y el permiso de lo abrupto, musculo, integra la tradición lúcida de la argentinidad cerebral pero urgente, vigor, ronquera, vértices, afilados bordes, palabra aguda, certera que despierta del letargo dando dardos al vencido, ironías de las que no distancian sino que envuelven, embarran, salpican, despotrica, grita, pega alaridos, escupe, cincela a puro hachazos con la vitalidad del nervio, tango que no llega a serlo porque elude ligerito y elípticamente los caminos del lloriqueo, desdeña u olvida lo gravoso del drama, para estamparte pletórico de músicas esdrújulas que campanean entre humanidades precarias de toda gloria esa cosa que no querés ni mirar, amor, pulsa las rigurosas cuerdas del tipo de la calle, apenas un tono más arriba, lo necesario para ver que no estamos escuchando una guitarra cualquiera, está la furia no la gran furia, la majestuosa y redonda furia de Achab o Faulkner, es la furia que se desparrama sola de pura furia nomas, es la furia que no avisa, que no pretende, que no escribe novelas, es la furia inmediata y urgente, borbotones de furia, la furia de la puteada, hay geometría, púas, anatema invertebrada de huesos flacos, apuro, vivacidad, un Pollock que chorrea la línea justa en una hendija que busca el abrigo y no encuentra más que nervadura seca y eléctrica que lo ajusta al punto de la cachetada, cachetazo, maratón de síntesis y abrevio, en dos líneas radiografía y congela los destinos de los pretenciosos y los descarados reclamos de dignidad, encomiable carrera cívica que destrona la aparatosa construcción de un bluf, diagnósticos clínicos, sentencias, el sensible amor de la palabra pequeña acunado con garra, sin el lastimero uso del diminutivo, hasta el destrozo del engaño, y nada, pirueta, destreza, saltimbanqui y la anatomía de los recursos circenses del porteño acorralado, hay Quiroga si Quiroga alguna vez pudo reírse, hay risas inéditas de Quiroga, recursos publicitarios de Girondo, pero contratados a una agencia austera, porque tras toda la parafernalia y el griterío esdrújulo se adivina una austeridad del tipo que no queda pegado, que tiene la urgencia del poema antes que cualquier regodeo sintomático, hasta la hipocondría se aligera y se pone al servicio de la precisa ampliación y traducción de las aficiones, ruleta rusa, desdicha con burlesque, saltimbanqui, mascarada. hay el laburo, la necesidad del pan, la cotidianidad hasta la médula, objetos, oficios, todo lo que mesura y limita en un desfile que corno la sentencia ya irónica, ya melancólicamente aburrida de melancolías, ya el disparo, la puteada o el liso dato cierto que derriba todo el castillo de naipes, hay complicidad con el lector, no medrosa no secreta, confianza íntima de ese desgraciado que se ríe, ese que todos alguna vez somos, apela a contarte el caso, los pormenores del fulano, la fulana, la puta situación y como la embromaron armando una historia de cinematógrafo, hasta que la cosa no daba para más y terminó por colapsar todo el asunto, música, música en la palabra, una tarantela endemoniada y penetrante que te va arrancando los pedazos mientras bailas sin darte cuenta, una vivacidad con la agilidad de Mozart que termina estallando como un huevo frito en la sartén, tarareo, onomatopeya, odio exaltado y minucioso odio de uno mismo más que nada pero de carácter transitivo, de la miseria, de lo enjuto, lo pequeño, lo mezquino, lo vergonzoso y oculto, lo precario, lo limitado, y un gesto de un pañuelo o un rataplán para cerrar sin demasiada ceremonia, hay pacto, confidencia, mucho aguafuerte de Arlt pero sin la mirada científica de Arlt, ahora, compromiso emocional, es otro precio, barullos, toda clase de patología neurológica, toda clase de destartalados, tuertas, tísicas, rengos, mudas, ataxia, el sueño de la orgía para salvar lo grotesco, burlesco, bar, noche, poco discurso, mucha cabeza que maquina, colorido desfile del proletariado y la búsqueda del caso, como esa vecina que mira y se pregunta, albina, muda, ¿cómo es ser un freak? no importa, ya que estamos en el baile bailemos, entre espasmos, seamos vacas, para dejar el orín rancio y la aparatosidad afectada del pedagogo, hay cenizas de Baudelaire enunciadas por un tipo golpeado que no puede dejarse llevar por esplendores, el empleado público furioso y harto al que se le entromete la pasión y el puterío mezclados en una corriente infernal que lo arrastra, pero hay que ganarse el pan, angustia recurrente, como la tos, como la asfixia, todos los matices de la decrepitud, adivinar la juventud muerta en una autopsia indiscreta pero amable de eso que alguna vez fue o mintió belleza.