Esas manos de niño que buscaban
en la tierra, entre las raíces de los plátanos
cualquier pequeño rastro de algo más,
algo extraño,
al instante,
al día,
y aceptando
la costumbre
de sus frutos
del otoño
y sus grillos
del verano.
Tal vez sean
lo único que comprendí
en mi vida.
Eso y mamá llamándome,
su voz inesperada llegando
desde algún lugar invisible,
de la extensa vereda.
Ya entonces
se perdía,
algo inquietante,
inasible,
y aún se pierde.