-I-
La inclemencia de la anatomía parpadea sus sueños estragados.
Nada ralentiza las vitrinas reticulares que replican lo humano.
El infértil páncreas cadavérico refracta al muerto mío
en pasiones desmedidas por cada lluvia que lo noticia.
-II-
Esa, la turbia y tuya manera de palpar meros retazos,
deglute la fiebre de las atmósferas helicoidales,
así rebanan las audacias de ese minúsculo claustro pivotante
que martillea los impulsos; vaivén de ira.
-III-
La vida quebrada de las preguntas es larval y diamantina.
Espeja la letra del sueño dictada por el profeta.
Transparente es la sustancia del Apocalipsis.
Códices en llamarada franca.
Dentro y fuera de un ardiente caos pre sináptico,
se está labrando El Golem, coloso, fetal,
todas nuestras arterias implosionan
en el viso de su mirada.
-IV-
Apenas hay surco y hay mellas y hay yo y hay estigma.
Bastará una cantinela del inconsciente alienado
por la sigilosa disciplina de las prometidas
y la voluntariosa mortalidad del samurái,
esa secreta espalda que toda vida reposa.
-V-
Averías tocan el cielo iniciático
abren inicuos lamentos ritualizados
en los trazos caleidoscopicos de la lujuria.
Las marescentes permanecerán,
latiendo su amnesia inconclusa.
-VI-
Esa otra opacidad que invade, seminal
en la ávida simetría del nervio extirpado,
desnuda la parálisis.
-VII-
¡Cuánto amaríamos los estravíos que ya ha desdeñado,
la precaria ingeniería de nuestra selectiva incertidumbre!
-VIII-
Anomias siguen las sombras que levitan
sobre espacios liberados del desdén.