Nadie, nada, nunca.

Nadie, nada, nunca. Aun suena en mis oídos. Es el sonido sordo de un océano, es el color de la arena desgastada por un bárbaro sol. Es la tibieza que nos abandonó en una ciudad de un solo hombre. Y es un latiguillo recurrente que desdice el amor. Nadie, nada, nunca. Los lacónicamente lábiles confines de una eterna quietud. Que se monta sobre ondas expansivas, vaciando nuestros nombres, nuestras más íntimas instancias. Nadie nada, nunca. Así la pesadilla de perderlo todo, incluso la conciencia misma de la pérdida, me estuvo buscando. Pero quedaron palabras, leves intenciones, efímeras complicidades. Por eso la falsedad, el truco, la ampulosa distracción de la nada. La nada nunca estuvo más que en su fantasma. Habita su perfecto continente vacío, ahí, donde nunca estuvo nadie, donde tu nombre duerme su plácido sueño de las mil identidades.Vamos, amiga. Es hora de despertar.