la inclemencia de los sueños,
y no esa mujer,
o el fastidio,
es lo que me mide
¿redimirme cómo?
todas las pieles, los distintos vientos,
cada luna, cada íntima veta
de los mármoles olvidados
de heladas tumbas,
y hasta la más ínfima
de todas las arañas,
son férreamente reales
cada metáfora
desnuda la caligrafía
brusca
del horrendo deseo
el obsceno esqueleto
vuelve a parirme
sin otro espacio
que la asfixia
la ceguera no mitiga
la rebelión no aleja
la perfecta constancia
custodia,
cada mínimo impulso,
a desdibujar
la opresiva rigidez
hasta el hartazgo.