Nada parecía distinto ésta mañana, la misma promesa de segura rutina, el mismo tibio sol de abril y claro, la misma ventana que miraba la ondulada carretera acerada que, lentamente iba incrementándose de coches que iban y venían. Y, sin embargo ella, sin saber porqué, se sentía diferente. Preparó el café ensimismada y sin notarlo, lo dejó intacto en la taza, mientras pasaban treinta minutos, abstractos, mentales, y vacíos. Le cruzaban toda clase de pensamientos curiosos, ninguno intenso, ninguno riguroso y, sobretodo ninguno propio. ¿De dónde venía todo aquello?
Matías, como cada día, salió de su cuarto entre dormido mientras interrogaba con la mirada a su madre que, autómata, servía una taza de café con leche y abría un paquete de vainillas. Sin embargo no le dijo nada. La escrutó como si se tratara de una criatura extraña, deteniéndose en sus ojos que le devolvían una mirada en la que se asomaba cierta vacilación inquieta.
-Tomá tu desayuno que ya son 7 y media-dijo después ella sin saber de donde venía esa frase que, aparentemente tranquilizó al niño. Pero él miro el reloj de la pared: -Mamá: son las 7 apenas-.
Y volvió la mirada.
Ella puso sus manos en jarra, y tras una breve pausa, fue hasta la ventana y buscó cigarrillos en una lata de té que estaba en un estante, bajo la ventana. Prendió uno y, plácidamente, comenzó a fumar. Al niño se le estaba tensando sus finos músculos mientras su mandíbula acompañaba ese proceso mecánico. Pensó en decirle algo, reprocharle el cigarrillo, o, siquiera, hacerla volver en sus cabales, pero algo le dijo que no debía hablar, ya había dicho demasiado al ponerla en falta con la hora, “si continúo con esto ella iba a terminar escapándose”, pensó. “Si le hablo de la escuela, no va a entender, si le digo que esta rara la voy a poner peor, si me callo…” seguía pensando. Y el tiempo pasaba como una serpiente ciega que ondula su lengua tanteando donde atacar.
No se cuanto, mucho tiempo pasó. Entonces ella se acerco al niño, acarició su rostro y con ambas manos lo atrajo hacia sí misma, muy cerca de su cara, mirando sus ojos dijo: -Matías un día de estos tenemos que ir a los juegos del parque, ¿si?
-Sí- dijo el niño, sin sacar la mirada de sus ojos, buscaba algo, una sombra, una duda, una vacilación. Pero para su temor, no encontró nada. Así tuvo que dejar las cosas. Afuera sonó la bocina del transporte escolar, salió corriendo mientras manoteaba la mochila con alivio. Subía ya al transporte cuando por el rabillo del ojo vio la puerta de su casa: estaba cerrada.