Lo inevitable, lo precario, lo frágil,
y un árido sol cegador que apenas consigue
mimetizar blancos esqueletos
a la espera de la luna.
Ya hemos cruzado el desierto del escorpión y la cobra
alimentándonos del silencio de las aguas y de la fiebre.
Pero cuándo un buen hombre se santifica
atravesando esos días que lo despojan,
los demonios saben citarse
a un costado de la noche,
donde fulgurantes estrellas
maldicen la infinita belleza
incendiándola hasta el éxtasis.
¿Cuándo me abandonaron esos caminantes
que enriquecían el silencio?
¿Qué cruel destreza
me arrastró tan lejos?
Todos los océanos gritan
que te abandones
a las cicatrices y al temor,
antes,
de pisar el paraíso.
Pero te abarca ese nombre,
esa maraña equívoca
a la que te aferras.
Descansas en esa oscuridad
que te respira
y te calma,
en los límites de la asfixia.