Me alimentaba de las cáscaras de tu averno
y vivía al margen de las condenas.
Elegí el único camino que prometía perderme,
para cuidadosamente,
colectar cada desecho.
Elevándolos hasta esa santa podredumbre,
esa la gran redentora.
¿De cuanta rabia estamos hablando, ahora?
¿Y cuándo fue, amor, que quedaste huérfana de nuestras penas?
Veo cien espadas y un dedo amputado las señala.
Es que lo viviste todo a la perfección,
pero la náusea es tu impronta.
Y eso te enferma y te pone mala.
Ahora las grietas se multiplican.
La luz sigue borrándote.